Todos tenemos una vida difícil a nuestra manera. Todos cargamos heridas, algunas de ellas adquiridas en nuestra más tierna infancia. Es posible que algunas llegaran a cicatrizar y ya no nos supongan sufrimiento.
Hay otras heridas mas difíciles y dolorosas, que están grabadas a cal y canto en nuestro cuerpo emocional y se manifiestan en nuestro sistema nervioso. Algunas incluso que no recordamos de manera consciente.
A ese tipo de heridas las llamaremos la herida original.
La herida original suele ser una experiencia traumática que nos impactó en un momento de alta vulnerabilidad, sensibilidad y dependencia (como es nuestra infancia y adolescencia) cuando no contábamos con los recursos o mecanismos suficientes o necesarios para responder (para protegernos, defendernos, encontrar una solución o gestionar de manera adecuada) a la situación que de alguna manera amenazaba nuestra integridad y superviviencia.
Aquí tiene cabida lo que desde la psicología se conoce como “traumas del desarrollo”.
Estas experiencias impactan nuestro cuerpo físico, mental y emocional y dejan memorias en nuestro sistema nervioso, consecuencia de abusos, invasiones, negligencias, carencias emocionales, expectativas, maltrato, desvalorización, humillación, privación, abandono, etc. Sea que las recordemos de manera consciente o que estén atrapadas dentro de nuestro inconsciente, dejan señales en nuestra vida y son la causa de muchos malestares y síntomas.
Para sobrevivir al dolor que nos generan hemos desarrollado diferentes estrategias que nos han servido para salir adelante, a pesar de todo. Y aunque hoy esas estrategias nos incomoden y nos causen problemas para relacionarnos y vivir a plenitud es importante reconocer que nos ayudaron a sobrevivir en su momento. Esa fue la manera en la que pudimos gestionar la inmensa carga emocional y energética con lo que sabíamos y con los recursos con los que contábamos.
Imagínate el miedo y la angustia que pudiste sentir siendo un bebé, completamente desvalida/o sin ningún concepto para entender lo que te pasa, sin ningún control sobre tus propias sensaciones. Imagina que tienes hambre y sientes un dolor que te desgarra el vientre y no hay nada que puedas hacer para solucionarlo. Como bebé aún no puedes decirte: “necesito calmarme, mamá vendrá pronto y me dará de comer” ó, “tengo hambre, voy a levantarme a prepararme un vaso de leche caliente”. No entiendes lo que te pasa, ni sabes cómo resolverlo y no puedes hacer nada mas que sentir ese vacío aniquilador en tu tripita.
Estás completamente desvalido/a y vulnerable.
Lo único que puedes hacer es llorar. Y lloras esperando que ese terrible vacío inexplicable llegue a su fin. Es probable que mamá escuche tu llanto y corra a atenderte, y te alimente y te de lo que necesites. Pero si esto no sucede llegará un punto en el que el dolor será tan insoportable que tu sistema nervioso decida bloquear de alguna manera la experiencia.
Si esto es repetitivo tu bebé crecerá creyendo que nunca va a recibir lo que necesita, con una profunda herida que puede tomar la forma de desvalorización, inadecuación o la creencia de que, puesto que no recibe el amor que necesita, no es merecedor de él. Y puede ser que desarrolle una estructura de personalidad que esconda el profundo sentimiento de carencia ó que construya una coraza que le haga parecer que no necesita a nadie y a nada.
Pero esa herida original seguirá allí gobernando su vida.
Ahora siendo adulto/a puedes observar como muchas situaciones de tu vida cotidiana activan esa herida original. A veces son pequeñas activaciones que te generan ansiedad, malestar, enfado, tristeza; a veces son activaciones intensas que generan ataques de rabia, pánico, angustio o crisis depresivas.
La manera de darse cuenta es porque ante esas situaciones tu cuerpo responde con la misma sensación de miedo, ansiedad, angustia, terror o indefensión como se sintió alguna vez tu niño/a herido/a. Respondes a la situación del presente con la memoria del pasado. Vuelves a vivir el trauma original y probablemente la situación actual no tenga nada que ver con ello. La activación de tu herida se puede dar aunque no haya ninguna razón objetiva. Activa respuestas defensivas de lucha o huida o por el contrario, te bloquea, te disocia ó te paraliza.
Y entonces, ¿qué hacer para sanar?
No responsabilizarnos de nuestra herida original estanca nuestro crecimiento y daña nuestras relaciones.
Lo primero es entonces asumir, que aunque no fuimos responsables de lo que vivimos, nadie va a darnos el amor, el cuidado y el soporte que nos faltó de niños. Siendo adulto/a nadie tiene la obligación de colmar tus expectativas, ni de darte lo que no te dieron. Es necesario observar esas expectativas y responsabilizarnos de ellas.
La sanación de nuestras heridas es un proceso, no hay formulas mágicas ni terapias que borren definitivamente los traumas de nuestra infancia.
Existen muchas técnicas para ayudarnos a resolver e integrar la información traumática como la Experiencia Somática (Somatic Experiencing®), la EMDR, la Hipnosis ericksoniana o las Constelaciones Familiares.
En cualquier caso el proceso de sanar nuestra heridas es un proceso transformador que nos ayuda a conocernos profundamente, a crecer, a abrir el corazón, a tener compasión con nosotros mismos y con los demás, a ser humildes y a aceptarnos como somos y a todo como fue.
Toda herida tiene el potencial para curarse si la limpiamos desde adentro.
¿Estás listo/a para emprender el viaje?
Madre del Agua By Maria Carolina , Terapeuta corporal del trauma certificada Terapia del duelo. Somatic Experiencing, Constelaciones Familiares, Lectura Energética del Aura.